Sigue gritando a los 4 vientos que perdió porque le hicieron "fraude"

El más grande perdedor de la Historia: Trump admite que Biden ganó la contienda pero se niega a ceder la presidencia

Hasta ahora, había sido reacio a etiquetar a Donald Trump como el peor presidente en la historia de Estados Unidos. Como historiador, sé cuán importante es permitir el paso del tiempo para obtener un sentido de perspectiva. Algunos presidentes que les parecieron espantosos a sus contemporáneos (Harry S. Truman) o simplemente mediocres (Dwight D. Eisenhower y George H.W. Bush), lucen mucho mejor en retrospectiva. Otros, como Thomas Jefferson y Woodrow Wilson, ya no se ven tan bien como solían hacerlo. Pero hay algo más, no solo es el peor presidente de la Historia, sino que también el peor perdedor de la Historia Moderna. Hoy acaba de admitir, en un lapsus psicológico, que perdió las elecciones y lo hizo como lo hacen todos los grandes perdedores, negándose y de muy mala gana.

El más grande perdedor de la Historia: Trump admite que Biden ganó la contienda pero se niega a ceder la presidencia
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Trump y su locura

Ya había escrito, el 12 de marzo, que Trump es el peor presidente de los tiempos modernos, pero no de todos los tiempos. Eso dejó abierta la posibilidad de que James Buchanan, Andrew Johnson, Franklin Pierce, Warren Harding o algún otro don nadie, pudiera ser juzgado con mayor severidad. Pero en el último mes, ya hemos visto lo suficiente como para eliminar la clasificación “de los tiempos modernos”. Con su catastrófica gestión ante el coronavirus, Trump ya es el peor presidente en la historia de Estados Unidos.

Su único gran competidor por ese dudoso honor sigue siendo Buchanan, cuya indecisión contribuyó a que termináramos en la Guerra de Secesión, el conflicto más letal en la historia de Estados Unidos. Buchanan podría seguir siendo el perdedor más grande. Sin embargo, hay buenas razones para creer que la Guerra Civil se hubiera desatado de cualquier manera. En cambio, no hubo nada inevitable acerca de la magnitud del desastre que enfrentamos actualmente.

La situación es tan crítica que es difícil aceptarla. The Atlantic destaca: “Durante la Gran Recesión de 2007 a 2009, la economía sufrió una pérdida neta de aproximadamente 9 millones de empleos. La recesión de la pandemia ha visto casi 10 millones de solicitudes de prestaciones por desempleo en apenas dos semanas”. The New York Times estima que el índice de desempleo está alrededor de 13%, el más alto desde el fin de la Gran Depresión, hace 80 años.

Mucho peor que eso es la mortandad. Ya tenemos más casos confirmados de coronavirus que cualquier otro país. Trump declaró el 26 de febrero que la epidemia pronto estaría “casi en cero”. Ahora sostiene que si el número de muertos es de 100,000 a 200,000 —una cantidad mayor que todas las muertes estadounidenses en todas nuestras guerras combinadas desde 1945— será una demostración de que ha hecho “un muy buen trabajo”.

No. Será una señal de que él es un miserable fracaso, porque el coronavirus es la catástrofe más previsible en la historia de Estados Unidos. Las advertencias sobre los ataques de Pearl Harbor y el 11 de septiembre fueron evidentes solo en retrospectiva. Esta vez, no se requirió de ninguna inteligencia ultrasecreta para ver lo que se venía. La alarma fue activada en enero en los medios por expertos y por líderes demócratas como el ahora candidato presidencial, Joe Biden.

Algunos funcionarios del gobierno ofrecieron advertencias similares directamente a Trump. Un equipo de reporteros del Post escribió el 4 de abril: “El gobierno de Trump recibió su primera notificación formal sobre la epidemia del coronavirus en China el 3 de enero. En cuestión de días, las agencias de espionaje estadounidenses le confirmaron la seriedad de la amenaza a Trump, incluyendo una advertencia sobre el coronavirus —la primera de muchas— en el informe diario presidencial”. Pero Trump no estaba escuchando.

El artículo del Post es la disección más minuciosa del fracaso de Trump en prepararse para la tormenta inminente. Trump fue informado por primera vez sobre el coronavirus por el secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, el 18 de enero. Sin embargo, de acuerdo con la nota del Post, “Azar le comentó a varios allegados que el presidente creía que estaba siendo ‘alarmista’ y Azar tuvo dificultades para captar la atención de Trump para que se concentrara en el problema”. Cuando se le preguntó públicamente por primera vez a Trump sobre el virus, el 22 de enero, afirmó: “Lo tenemos totalmente bajo control. Es una persona que viene de China”.

En los días y semanas siguientes a que Azar lo alertara sobre el virus, Trump habló en ocho mítines y se fue a jugar golf seis veces, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

La incapacidad de Trump en enfocarse en el problema, señala el Post, “sembró una importante confusión en el público y contradijo los mensajes urgentes de los expertos en salud pública”. También permitió que varios errores burocráticos no fueran atendidos como fallas graves, como realizar suficientes pruebas de diagnóstico o almacenar suficientes equipos de protección y respiradores.

Países tan diversos como Taiwán, Singapur, Canadá, Corea del Sur, Georgia y Alemania lo han hecho muchísimo mejor, y sufrirán muchísimo menos. Corea del Sur y Estados Unidos descubrieron sus primeros casos el mismo día. Corea del Sur tenía el 8 de abril 200 fallecidos , cuatro muertes por cada millón de personas. La tasa de mortalidad en Estados Unidos (25 por cada millón de habitantes) es seis veces peor y está aumentando rápidamente.

Este fracaso es tan monumental que hace que nuestros recientes presidentes fallidos —George W. Bush y Jimmy Carter— luzcan dignos del Monte Rushmore en comparación. El anuncio de Trump del 3 de abril sobre el despido del inspector general de los servicios de inteligencia que reveló su intento de extorsión a Ucrania, demuestra que él combina la ineptitud de un George W. Bush o un Carter con la corrupción de Richard Nixon.

Trump, como lo hace característicamente, está trabajando más duro que nunca en culpar a otros —China, los medios, los gobernadores, el expresidente Barack Obama, los gestores del juicio político demócrata, todo el mundo menos su caddie de golf— de sus equivocaciones. Su mantra es: “No asumo ningún tipo de responsabilidad”. Queda por ver si los votantes se creerán sus excusas. Pero pase lo que pase en noviembre, Trump no podrá escapar del implacable juicio de la historia.

En economía Trump ha sido, a pesar de su fanfarronería de que ha "construido la más grande economía de EEUU de todos los tiempos", lo cual no es ni remotamente cierto, el peor presidente para manejarla. Simplemente Trump ha sido un completo desastre.

Ninguna de sus afirmaciones es cierta. La economía de Trump no ha sido la mejor de la historia del país, y mucho menos del mundo, ni siquiera antes de la pandemia. Y ese 33% de crecimiento al que alude es una tasa anualizada que no compensa el descenso de la productividad por la pandemia. Ahora mismo, la economía estadounidense está en niveles de la de 2009 durante la Gran Recesión.

“[Trump] es la Gran Mentira’”, declara Anthony Scaramucci, antiguo amigo y asesor de Trump y ahora detractor del presidente. “Hace igual que Goebbels”, añade, comparándolo con el infame ministro nazi de Propaganda.

Trump heredó una economía moderadamente poderosa de su predecesor en el cargo, Barack Obama. Durante sus tres primeros años en la presidencia, la economía se mantuvo. En 2018, el PIB aumentó notablemente gracias a una bajada de impuestos que inyectó millones de dólares en la economía, pero ese efecto no duró, ya que en 2019 acabó retrocediendo un 2%.

Pese a esto, Trump ha repetido cientos de veces en redes sociales y en público que ha transformado la horrible economía de Obama en la mejor economía de la historia.

La economía de Trump no ha sido la mejor de la historia del país, y mucho menos del mundo

A mediados de 2019, los propios asesores económicos de su Administración sabían que no era cierto y trataban de encontrar formas de contrarrestar el impacto de la recesión manufacturera causada por la guerra comercial de Trump con básicamente el resto del planeta. Incluso se les ocurrió una reducción de impuestos sobre las nóminas —que sirven para financiar la Seguridad Social— como forma de incentivar el gasto.

Históricamente, los votantes no comprenden en profundidad el funcionamiento de la economía y atribuyen toda noticia, buena o mala, al buen o mal hacer del presidente. Como ejemplos, el republicano George H.W. Bush (el padre) fue culpado en su campaña de 1992 por una crisis que ya casi había acabado y que él no había provocado. Por otra parte, el demócrata Bill Clinton recibió el apoyo de la población por el auge económico que coincidió con su reelección, pese a que muchas de las medidas que condujeron a ese auge las había puesto en marcha su predecesor, precisamente Bush padre.

“Cuando llega el momento, te toca lo bueno y lo malo”, explica Peter Hart, experto en encuestas. “Puede parecer justo o injusto, pero así funciona”.

Y a Trump le ha tocado jugarse la reelección en una situación que podría beneficiar a Joe Biden si consigue la presidencia la semana que viene. Parece seguro que la pandemia habrá acabado y la economía irá mejor en 2022, justo a tiempo para las que podrían ser sus primeras elecciones de medio mandato.

“Puede ser como la Gran Depresión de 1929”, advierte Hart. “Los votantes siempre culparon a Hoover y Roosevelt se llevó el mérito porque arregló el estropicio y fue un líder optimista y empático”.

Y en cuanto a lo que habla del crecimiento continuado del PIB y de los récords bursátiles, para todos es bien conocido que ni el PIB ni el índice Dow Jones son buenos indicadores del desempeño económico: ambos callan en relación con lo que acontece a los niveles de vida de la ciudadanía de a pie, y no dicen ni una palabra sobre sostenibilidad. De hecho, el desempeño económico de Estados Unidos en los últimos cuatro años es el principal argumento contra la confianza en esos indicadores.

Tal vez Trump sea un buen presidente para el 1% más rico (y sobre todo, para el 0,1% más rico), pero no lo ha sido para nadie más. De implementarse en su totalidad, la rebaja impositiva de 2017 generará aumentos de impuestos para la mayoría de los hogares en los quintiles de ingresos segundo, tercero y cuarto.

Se suponía que las rebajas impositivas alentarían una nueva oleada de inversiones. En vez de eso, generaron un récord histórico de recompras de acciones (unos 800 000 millones de dólares en 2018) por parte de algunas de las empresas estadounidenses más rentables, y llevaron a un déficit récord en tiempos de paz (casi un billón de dólares en el año fiscal 2019) en un país que supuestamente está cerca del pleno empleo. E incluso con la poca inversión que hubo, Estados Unidos tuvo que tomar prestado al extranjero sumas ingentes: los datos más recientes muestran un endeudamiento externo cercano a los 500 000 millones de dólares al año, con un aumento de más del 10% en la posición deudora neta de Estados Unidos en un solo año.

Asimismo, pese a tanta alharaca, las guerras comerciales de Trump no redujeron el déficit comercial de Estados Unidos, que en 2018 fue una cuarta parte más que en 2016. El déficit de 2018 en comercio de bienes fue el más grande de la historia. Incluso con China el déficit comercial creció casi una cuarta parte respecto de 2016. Lo que sí consiguió Estados Unidos es un nuevo tratado comercial para América del Norte, sin las disposiciones en materia de inversión que quería la asociación empresarial Business Roundtable, sin las cláusulas sobre aumento de precios de medicamentos que querían las farmacéuticas y con una mejora de las normas laborales y ambientales. Este acuerdo ligeramente mejorado fue posible porque Trump, el autoproclamado maestro negociador, perdió en casi todos los frentes en las negociaciones con los congresistas demócratas.

Y pese a las cacareadas promesas de Trump de repatriar empleos fabriles a Estados Unidos, la creación de puestos de trabajo en ese sector es menor a la que hubo con su predecesor, Barack Obama, al afianzarse la recuperación post‑2008, y sigue siendo muy inferior a lo que era antes de la crisis. Incluso el mínimo en 50 años de la tasa de desempleo enmascara una fragilidad económica. La tasa de empleo para hombres y mujeres en edad de trabajar, a pesar de haber aumentado, lo hizo menos que durante la recuperación de tiempos de Obama, y todavía es considerablemente inferior a la de otros países desarrollados. Y la tasa de creación de empleo también es marcadamente menor a la de Obama.

De nuevo, la baja tasa de empleo no sorprende (en particular, porque sin salud no se puede trabajar). Además, las personas que cobran prestaciones por discapacidad, las que están en prisión (la proporción de población carcelaria en Estados Unidos creció a más del séxtuplo desde 1970, y hoy hay unos dos millones de personas tras las rejas) y las que se desalentaron al punto de dejar de buscar empleo activamente no cuentan como «desempleadas»; pero por supuesto, tampoco están empleadas. Tampoco sorprende que un país que no provee guarderías accesibles ni garantiza la licencia familiar tenga menos empleo femenino que otros países desarrollados (más de diez puntos porcentuales menos al ajustar la cifra según la población).

Incluso según el criterio del PIB, la economía de Trump es deficiente. El crecimiento del último trimestre fue sólo 2,1%, mucho menos que el 4%, 5% incluso 6% que prometió Trump, e incluso menos que el 2,4% promedio del segundo mandato de Obama. Es un desempeño notoriamente malo si se tiene en cuenta el estímulo provisto por el billón de dólares de déficit y los bajísimos tipos de interés. No es casualidad, ni cuestión de mala suerte: las características distintivas de Trump son la incertidumbre, la volatilidad y la ambigüedad, mientras que para el crecimiento se necesitan confianza, estabilidad y certeza. Y también igualdad, según el Fondo Monetario Internacional.

Y si todo fuera poco para catalogarlo como el peor presidente de la Historia, empecemos también a verlo como el peor perdedor de la Historia.

Desde el 5 de noviembre, cuando Biden tomó la delantera en las elecciones, la vida de Trump y la de sus seguidores ha sido miserable principalmente debido a su negación por entregar la presidencia.

Simplemente es un mal perdedor.

No acepta la derrota.

Pero antes de llegar a Trump, hagamos un pequeño reucento de algunos miticos perdedores.

La historia está llena de grandes perdedores.

Edmund Hillary se llevó la gloria del Everest, pero hay quien dice que el primero en pisar la cima fue George Mallory, 29 años antes. Desapareció junto a Irvine a 8000 metros de altura, y hasta que no aparezca un día el cuerpo de su compañero, que llevaba la cámara, nunca saldremos de dudas.

Raymond Poulidor fue el eterno segundón del ciclismo. Quedó tres veces segundo en el Tour, y cinco tercero, y nunca vistió el maillot amarillo, siempre a la sombra de Anquetil y Eddy Merckx.

La Naranja Mecánica, también conocida como selección holandesa de fútbol, fue tres veces exprimida en las correspondientes finales del Mundial. La última, a manos de la tortilla española.

El gran Federico Fellini estuvo nominado a una docena de Oscars y no se llevó ninguno.

A Hitchcock le debió entrar una verdadera Psicosis después de ver como la dorada estatuilla le daba calabazas cinco veces.

Pero hay un truco, a diferencia de Trump, estos perdedores históricos perdieron con clase y tenían talento, asumieron la derrota y aceptaron con dignidad su destino, sin negaciones ni insultos. Solamente se detuvieron un momento y dijeron: "Hemos perdido haciendo lo mejor que se puede hacer. Respeto al ganador por estar a la altura del reto".

Pero están aquellos grandes perdedores indignos, como Trump. Eso me lleva a Adonías, un tipo tan lamentable que nadie se acuerda de él. Era un niño mimado y rico, primogénito del rey David, pero éste prefería a Salomón, y decidió entregarle el trono a este último. Adonías reunió a sus partidarios, el poderoso general Joab y el sacerdote Abiatar, y se proclamó rey. Cuando David se enteró de esto nombró rey a Salomón y lo sentó en el trono.

Dice mi libro que cuando Adonías supo que cuando la autoridad dio por sentado que Salomón era el rey, a los partidarios les entró miedo y salieron en desbandada, y “Adonías, temeroso de Salomón, fue a agarrarse a los salientes del altar, diciendo: “Júreme hoy el rey Salomón que no me ha de matar a espada”.

Un tipo tan lamentable quería ser rey, ¡increíble! Salomón le prometió respetar su vida siempre y cuando le fuera leal. ¿Y qué creéis que hizo Adonías? ¡Pedir la mano de Abisag, la concubina del rey David, para así tener acceso a la corte y ver reforzadas sus pretensiones a la corona! ¡Se debía pensar que Salomón, el rey más sabio de la historia, era tonto! En cuanto éste se enteró le mandó ejecutar. 

Así de patetico se ve y escucha Trump cuando día a día, tuit tras tuit, desacredita los procesos electorales establecidos, a sus figuras de autoridad, en detrimento de una de las democracias más solidas del mundo.

Y no solo la insulta sino que también incita a sus seguidores a la violencia, como en el tuit de esta mañana, donde llamó a ciudadanos estadounidenses "scum" (basura/escoria) solo porque son oposición y de diferente ideología. Y no solo los llamó "basura" sino que pidió a la policía que los reprimiera con la mayor fuerza posible. ¿Acaso se considera un rey o un dictador el señor Trump para dar ese tipo de ordenes asesinas? Y lo peor, no solo lo ha dicho una vez, sino que ciento de veces, según su registro histórico de Twitter.

"La escoria de ANTIFA corrió por las colinas hoy cuando intentaron atacar a la gente en el Trump Rally, porque esa gente se defendió agresivamente. Antifa esperó hasta esta noche, cuando el 99% se había ido, para atacar a la gente inocente de #MAGA. Policía de DC, en marcha - ¡¡hagan su trabajo y no se detengan!!"

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Qué patético. Un millonario con aires de aprendiz de dictador.

Pero más patético aún es la forma en que acepta la derrota a nivel freudiano. Veamos como la recibe en el siguiente tuit que escribió esta mañana del 15 de noviembre de 2020:

"Sólo ganó a los ojos de los medios de comunicación falsos. ¡No concedo NADA! Tenemos un largo camino que recorrer. ¡Esta fue una elección amañada!"

"He only won in the eyes of the FAKE NEWS MEDIA. I concede NOTHING! We have a long way to go. This was a RIGGED ELECTION!"

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Acaso no es triste leer algo tan pantagruélico del presidente de la nación más grande y poderosa del mundo moderno.

Y sí, esto lo coloca como el más grande perdedor de la Historia.

En algún lado, un aliviado James Buchanan debe estar sonriendo.

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