En gesto de buena voluntad y sana competencia, después de gane de Biden, quise extender mi mano a mis oponentes, pero fallé

Quise consolar, de buena fe, a los partidarios de Trump. Lo intenté. Pero fue imposible. Me rendí

73 millones de estadounidenses votaron por Donald Trump, duplicándole en todo a sus peores vicios, recompensándolo por ello con 10 millones más de votos que los que recibió en 2016. La mayoría de la gente "cobriza" (hispana) y negra rechazó su crueldad y su manifiesta vulgaridad. Y ahora resulta que junto a nosotros, hubo otros que votaron por Joe Biden, esos centristas como Pete Buttigieg e Ian Bremmer que a diario nos sermonean para que "nos acerquemos" a los votantes de Trump y "empatizar" con su dolor. El mismo consejo que nos dieron después de la victoria de Trump en 2016, y durante casi cuatro años, intenté seguirlo. Créanme, no vale la pena.

Quise consolar, de buena fe, a los partidarios de Trump. Lo intenté. Pero fue imposible. Me rendí
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Partidarios de Trump

El Corán pide a los musulmanes que respondan a los desacuerdos y argumentos "de una mejor manera" y que "repelan el mal con el bien". Lo intenté. "Puede que yo no te guste y puede que tú no me gustes, pero compartimos los mismos bienes inmuebles. Así que, aquí estoy yo extendiendo la mano al otro lado del pasillo. De americano a americano", dije en un mensaje de video a los partidarios de Trump publicado el día después de las elecciones.

Realmente pensé que podría funcionar. Al crecer, a menudo hablaba de mi fe islámica con mis amigos no musulmanes, y me gusta pensar que eso podría haber ayudado a inocularlos de la propaganda islamofóbica y las teorías de conspiración que luego se vuelven populares. Así que asumí que podía ganarme a algunos partidarios de Trump, cuyas frustraciones y quejas habían sido manipuladas por aquellos que intentaban ver a gente como yo como invasores que intentaban reemplazarlos.

Así que a finales de 2016, le dije a mi agencia de discursos que me contratara para eventos en los estados donde Trump ganó. Quería hablar con la gente que los medios llaman "verdaderos americanos de corazón"  -que es por supuesto sinónimo de gente blanca-, la base más ferviente de Trump. Durante los siguientes cuatro años di más de una docena de charlas a universidades, empresas y una variedad de comunidades religiosas.

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Mi discurso estándar era sobre cómo "construir una coalición multicultural de los dispuestos". Mi mensaje fue que las diversas comunidades, incluyendo a los partidarios de Trump, podrían trabajar juntos para crear un futuro donde todos nuestros hijos tengan una oportunidad igual de alcanzar el sueño americano. Aseguré a las audiencias que yo no era su enemigo.

Les recordé que los que ahora se consideran blancos, como los católicos irlandeses, los judíos de Europa del Este, los griegos y los italianos, fueron una vez el hombre del saco. Les advertí que apoyar el nacionalismo blanco y a Trump, en particular, sería autodestructivo, un acto de auto-inmolación, que no ayudaría a sus familias o a Estados Unidos a volver a ser grande.

Y yo escuché. Los del público que apoyaban a Trump se acercaron a mí y me aseguraron que no eran racistas. A menudo decían que les había gustado la charla, si no mi política. Sin embargo, ninguno me dijo que había vacilado en su apoyo hacia él. En cambio, repitieron teorías de conspiración difundidas por Fox News que hablaban de "Hillary La Corrupta" (Crooked Hillary). Otros hicieron comentarios como, "Eres un buen musulmán moderado. ¿Cómo es que otros no son como tú?"

En Ohio, pasé 90 minutos en un viaje al aeropuerto con un partidario retirado de Trump. Fuimos cordiales entre nosotros, hicimos bromas y compartimos historias sobre nuestras familias. Pero ninguno de los dos cambió su punto de vista.

"Nunca me quitarán mis armas. Jamás", me dijo, explicando que su feed de Facebook estaba lleno de artículos sobre cómo Clinton y los demócratas matarían la Segunda Enmienda y le "robarían sus armas". Aunque no le gustaba el "tono" y los comentarios de Trump, no creía que fuera un racista "en el fondo de su corazón". No soy cardiólogo, así que no estaba calificado para desafiar eso.

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En 2017, fui invitado por el Instituto Aspen, que organiza un festival conocido por atraer a los ricos y poderosos, para discutir el racismo en Estados Unidos. En una cena privada después del evento, me presentaron a un donante que supe que era partidario de Trump. Tan pronto como dije "privilegio de los blancos", comenzó a lanzarme bromas pasivas y agresivas sobre las virtudes de la meritocracia y el trabajo duro. Me recomendó que leyera "Hillbilly Elegy", el libro más vendido que ha sido criticado por los habitantes de los Apalaches como un porno glorificado de la pobreza que promueve estereotipos simplistas sobre una región diversa.

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Incluso he intentado y fracasado en tener conversaciones productivas con los musulmanes que votaron por Trump. Algunos lo aman por las reducciones de impuestos. Otros que sólo escuchan Fox News lo justifican diciendo que "ambos lados" son iguales, o creen que no ha bombardeado países musulmanes. (Están equivocados.) Muchos musulmanes trumpistas creen que ellos son los "buenos inmigrantes", mientras van detrás de la blancura, huyendo de la negrura, hasta los suburbios. Es imposible hacerles ver y que se den cuenta de que tienen piel negra y marrón, y que nunca serán aceptados como blancos por los caucásicos de origen europeo.

Yo hice mi parte. ¿Pero cuál fue mi recompensa? Escuchar decepcionantemente el coro de esta misma base política que tanto trabajé en mis discursos, gritar,"¡Mándala de vuelta!" en referencia a la congresista demócrata Ilhan Omar, una mujer negra musulmana, que vino a Estados Unidos como refugiada. Vi al Partido Republicano transformar a los McCloskey en víctimas, a pesar de que la rica pareja de St. Louis blandió ilegalmente armas de fuego contra manifestantes pacíficos de BLM (Black Lives Matter, La Vida de los Negros Importa). A esta pareja armada agresora el partdio republicano la recompensó con un espacio en la Convención Nacional Republicana donde advirtieron sobre el "caos" en los suburbios que estaban siendo invadidos por negra. Su discurso habría encajado bien en "El nacimiento de una nación".

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No podemos ayudar a la gente que se niega a ayudarse a sí misma. Trump es una extensión de su identidad, su cultura, sus valores, su codicia. Es su defensor y salvador. Es su instrumento contundente. Es su droga destructiva de elección.

No pierdas el tiempo tratando de llegar a los votantes de Trump como yo lo hice. En vez de eso, invierte tu tiempo organizando tu comunidad, registrando nuevos votantes y apoyando a candidatos que reflejen valores progresistas que nos eleven a todos, no sólo a los que llevan sombreros de MAGA, en las elecciones locales y estatales. Trabajen también para proteger a los estadounidenses de las mentiras y teorías de conspiración de los medios de comunicación de la derecha y el ecosistema político. Un paso sería continuar presionando a los gigantes de los medios sociales como Twitter y Facebook para que desplacen a los traficantes de odio, como Steve Bannon, y censuren la desinformación. No es suficiente, pero es un comienzo.

O puedes ver "El Gambito de la Reina" en Netflix mientras te bebes tu pinta de helado favorito y lo dejas por hoy.

Al igual que en 2016, no necesito que los partidarios de Trump sean humillados para sentirme bien de nuevo. Quiero que tengan seguro médico, trabajos bien pagados y seguridad para su familia. No quiero que sufran, pero también me niego a pasar más tiempo tratando de entender y ayudar a los arquitectos de mi opresión.

Avanzaré junto con la mayoría que quiere progreso, igualdad y justicia para todos los estadounidenses. Si los partidarios de Trump deciden que quieren lo mismo, siempre pueden llegar a mí. Saben dónde encontrarme. Estoy siempre delante de ellos.

 

*Este brillante articulo fue escrito por Wajahat Ali, dramaturgo, abogado y escritor de opinión colaborador del NYT.

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