Cuando Florida y otros estados rojos iban cayendo uno tras otro bajo su poder, Trump se sintió sumamente confiado, hasta que vino Arizona

La cadena noticiosa Fox News, aliada y favorita del presidente, le concede a Biden la victoria de Arizona, y Trump y su cuartel general enloquecieron de ira

La decisión de su cadena aliada Fox News dejó al presidente enfurecido, y a su equipo quejándose tanto como una crecida del Río Nilo. Luego comenzó a calumniar el recuento de votos en otros estados, a clamar que había "fraude", en fin, a culpar a mundo entero menos a su divisiva personalidad.

La cadena noticiosa Fox News, aliada y favorita del presidente, le concede a Biden la victoria de Arizona, y Trump y su cuartel general enloquecieron de ira
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La mañana del 3 de noviembre lucía radiante para Trump. Incluso un gran arcoíris surcaba gracioso sobre el cielo nuboso de Washington, mientras unos gorrioncillos color verde-dorados volaban encima de los pétalos de las pocas flores que su mujer Melania había dejado en pie tras la remodelación del Jardín de las Rosas. Sin duda todo aquella escena idílica era una señal inequívoca que le presagiaba lo que naturalmente ya intuía: Él era el elegido. Es más, la frescura de esa noche, la brisa y las sonrisas emanadas de las personas cercanas le confirmaban lo que "aquel viejo secreto"  que siempre le había ayudado salir campante le tenía asegurado: la reelección presidencial. Era lo lógico, lo natural, lo que ya estaba dado. Así que cuando vio que el estado de Florida se pintaba de rojo, el Presidente Trump y sus asesores pensaron que presenciaban otra repetición de la noche de las elecciones de 2016, cuando la victoria de la Florida le abrió las puertas a la victoria.

Dentro del salón del Ala Este de la Casa Blanca, el ambiente era todo risas y lleno de optimismo, un trofeo incluso fácil, dada la senilidad del adversario, Joe Biden, que se dormía mientras daba sus discursos. Todos reían y se daban palmaditas en el hombro, cientos de personas, incluyendo los secretarios del gabinete, embajadores y exfuncionarios que han permanecido leales al presidente. Se mezclaron entre sí, abrieron sus vinos más costosos y cenaron en deslizadores con suculentas carnes y papas fritas. Algunos miembros del equipo de campaña, tuvieron cuidado de guardar la champaña para la medianoche, cuando, luego de la captura de la Florida, estado tras estado, caería ante el embrujo inevitable del presidente Trump. Hasta los funcionarios que habían sido pesimistas sobre las posibilidades de reelección del presidente, de repente empezaron a imaginárselo cuatro años más en el poder.

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Incluso cuando Biden ganó algunos estados, cuya valía en votos electorales para el equipo de campaña era poca, los asistentes a tan magno evento no vislumbraban una posible derrota y se justificaban, casi estúpidamente, diciendo que el poder magnético de Trump era infalible. Trump era como el Papa, incluso más para algunos, era como un Cristo redivivo. Era seguro que un viento divino arrasaría sobre aquellas pantallas de televisión gigante y borraría de un solo plumazo esas malos augurios que representaban las pequeñas victorias de Biden. Trump sonreía, su pelo dorado, flameaba bajo esa pose de chico listo y duro que siempre se sale con la suya.

De pronto, todo aquel espejismo idílico y cargado de victorias vikingas se le esfumó de un solo golpe ante el terror que veía frente a sus ojos: Su cadena aliada, la favorita, aquella que comía de la palma de su mano, le mordía, y muy malamente: Fox News le concedía la victoria del estado de Arizona a Joe Biden Jr., exactamente a las 11:20 p.m., con sólo el 73 por ciento de los votos del estado contados.

¡Wtf! ¡Herejía! ¡Traición!

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Trump y sus asesores entraron en shock. ¡Aquello era imposible! ¿Qué estrategia tomar? Su instinto lo llevó a irrumpir en las noticias. Miente, miente, que algo quedará. Y si era cierto que Arizona estaba perdida para él, entonces había que poner en duda cualquier afirmación de victoria que su oponente pudiera hacer.

Lo que siguió para su majestad desgraciada Trump, fue el imbuirse en una noche frenética de llamadas furiosas a los gobernadores republicanos (a los que había abandonado a su suerte durante la pandemia del Coronavirus), reprenderlos, y despotricar contra el consejo de sus asesores de campaña, que él había ignorado. Mandó a celebrar una reunión presidencial "urgente", a media noche, en la que hizo una serie de observaciones imprudentes y sin fundamento sobre el proceso democrático. De pie en la Sala Este de la Casa Blanca, de la que sentía ahora resquemores y traiciones a través de las paredes blancas, a las 2:30 a.m., en un intento desesperado, comenzó por desestimar el curso de las elecciones y afirmó, empleado aquella vieja técnica de las esvásticas, que se había cometido "fraude" y que aquella su sola suposición, como la de un dios terrestre, bastaba para detener el conteo de votos y dejar que los resultados fueran emitidos por la Corte Suprema ahora controlada por él. Para él era lo justo. Tamaña injusticia tenía que ser castigada con "Ley y Orden".

Todo su equipo se guardó de recordarle que todos sabían y le había dicho muchas veces que Arizona podía estar en juego, pero el presidente, en su enjundia y confianza propia, llamaba aquellos consejos de su equipo "tontos". El equipo de Trump llamó a Fox News para enmendar semejante vulgaridad, pero el equipo editorial de la cadena se negó a cambiar de opinión. En un acto simbólico, sabiendo del narcisismo del presidente, el equipo de campaña le dijo al presidente que Arizona era el primer estado que parecía haberse salido del lote de estados ganadores del presidente en 2016. El Gobernador Doug Ducey, republicano de Arizona, había estado al teléfono toda la noche con funcionarios de la administración y miembros de la campaña, insistiendo en que todavía había votos republicanos por contar en su estado. Por supuesto que era mentira. Ducey solo cumplía el papel de aquel supervisor de ventas que no ha podido llegar a la meta, que se engaña sólo, pero no a sus jefes, de que falta que le anoten algunas otras facturas.

Jason Miller, el asesor político de Trump, pronto disputó la exactitud de aquella concesión de Fox News a favor de Biden, por medio de Twitter y llamó frenéticamente a Fox News, pidiendo a la cadena que se retractara. Pero otra vez, no tuvo éxito. En lugar de retractarse, el departamento de decisiones de Fox News insistió en que estaba en lo correcto y puso al jefe del equipo editorial, Arnon Mishkin, al aire para defender su decisión. Varias horas más tarde, The Associated Press también le concedió la victoria del Arizona a Biden. (Otras organizaciones de noticias, incluyendo The New York Times y CNN, todavía no lo declaran ganador debido a los votos ausentes que quedan por contar).

Jason Miller tuiteó enfurecido:

" 1/ @FoxNews, es completamente anormal conceder a Arizona, y otros medios de comunicación no deberían seguir su ejemplo.

   2/ Todavía hay más de un millón de votos del día de las elecciones que esperan ser contados, le dijimos a nuestra gente que fuera a votar el día de las elecciones, pero ahora Fox News está tratando de invalidar sus votos!"

    -Jason Miller (@JasonMillerinDC) 4 de noviembre de 2020

Jared Kushner, yerno del presidente y asesor principal, también estuvo en contacto con Rupert Murdoch, el propietario de Fox News, mientras transcurría la noche. Y el miércoles por la mañana, el director de campaña de Trump, Bill Stepien, insistió en que el presidente ganaría en Arizona por 30.000 votos.

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Pero ya era tarde. Sus esfuerzos son inútiles. La suerte está echada.

Y no conceder el estado de Arizona, mantenerlo en el juego, es fundamental para el estrecho camino que la campaña de Trump ve para llegar a la victoria, junto a necesidad de tener victorias en Georgia y Pennsylvania, estados donde el liderazgo de Trump se achica cada hora que pasa y cada vez que se cuentan más votos, especialmente los votos por correo y los anticipados.

Desde entonces Trump, fuera de sí, ha pasado gran parte de la noche del martes, y las primeras horas del miércoles, viendo los resultados de las elecciones por Fox News, como una forma de masoquismo, desde su residencia de la Casa Blanca, donde se ha comunicado por teléfono con varios gobernadores republicanos. En conversaciones con el Gobernador Greg Abbott de Texas y el Gobernador Ron DeSantis de Florida, preguntó sobre la posibilidad de que se estuviera cometiendo fraude, según las personas cercanas al presidente.

En Twitter, el gobernandor Ducey insistió en que todos los recuentos se completaran antes de que alguien más, aparte de Fox News, vuelva a conceder victorias.

Enojado, frustrado, picado, en fin, siendo un mal perdedor, el presidente y sus ayudantes vieron como Biden daba un breve discurso en Wilmington, Del., en la que, a pesar de no hablar de victorias, su cuerpo proyectaba una más que evidente señal de triunfo: "Nos sentimos bien de estar en donde estamos, de verdad", dijo Biden a sus seguidores, quienes tocaron sus bocinas en apoyo. "Creemos que estamos en camino de ganar esta elección."

Mientras Biden hablaba, el presidente no pudo reprimir su rabia y tuiteó, por primera vez en toda la noche, afirmando sin fundamento, que los demócratas estaban tratando de "robarle" la elección. En otro adolorido tuit dijo que él también haría comentarios, mientras veía por la ventana el podio con sello presidencial que se había mandado a instalar en la Sala Este de la Casa Blanca, donde, ahora lo veía como en un pasado lejano, iba a celebrar su pomposa victoria. Al diablo, todo estaba perdido.

Los asesores habían tratado de persuadirlo para que hablara en la Sala Este antes de que Biden hiciera sus observaciones en Wilmington, pero no tuvieron éxito. En su lugar, se sentaron y observaron como Biden estableció el tono de la noche.

Así que pasaron horas antes de que Trump apareciera en la Sala Este para dar su infame y conspiranoico discurso. En el Despacho Oval, se acurrucó junto a asistentes para discutir si hablaría de cómo se podía recuperar el estado de Arizona y de si podía declarar la victoria o se debía adoptar un tono más sutil para mentir sobre lo que sucedía.

Su naturaleza le ahorró el trabajo. Y habló ante los periodistas:

"Esto es un fraude para el pueblo estadounidense", dijo ante la multitud de seguidores a las 2:30 a.m.

Sin que lo esperara (pero que tenía que esperar, porque el perdedor, como el muerto, a los tres días hiede), sus comentarios fueron inmediatamente criticados incluso por algunos de sus aliados, como Chris Christie, el ex gobernador de Nueva Jersey.

Aquella sorpresa no lo detuvo, pero supo que se hallaba perdido; continuó:

"Esto es una vergüenza para nuestro país. Nos estábamos preparando para ganar estas elecciones. Francamente, ganamos las elecciones".

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Mientras el mapa se cerraba sobre la campaña de Trump el miércoles, con Michigan y Wisconsin concedidos a Biden, el presidente dejó de aparecer en público  durante todo el día. El marine que hace guardia frente a las puertas del Ala Oeste cuando el presidente está en el Despacho Oval, no se había visto apostado durante aquel el día.

Desde su próxima ex-residencia, Trump continuó haciendo llamadas tras llamada a sus fans y amigos durante toda la mañana,; ya sonaba apagado y algo desanimado para algunas personas. Fuera de la Casa Blanca, ya se había empezado a señalar con el dedo lo que había ido mal. Algunos asistentes dijeron que Trump a menudo se había resistido a las súplicas de Ronna McDaniel, presidenta del Comité Nacional Republicano, y de Brad Parscale, su antiguo director de campaña, y de otros, para que pasara más tiempo en Arizona. Pero dijeron que se había resistido en parte porque no le gustaba viajar al Oeste y pasar la noche en la carretera.

Claro que aquello no era cierto. Pero no quiso aceptar nunca que se había equivocado al insultar, tanto en vida como en la muerte, al heroe de guerra John McCain. Tanto sus directores de campaña como sus asistente también habían intentado y no habían conseguido que Trump dejara de atacar al hijo favorito de Arizona y héroe de guerra, el senador John McCain, un republicano al que el presidente había seguido criticando incluso después de su muerte hace dos años.

También se cuestionó si, de no haber gastado tanto dinero en la campaña antes de que comenzara la pandemia de coronavirus, podría haber tenido recursos adicionales para gastar en los estados en los que Biden había ganado o estaba liderando por escasos márgenes, como Wisconsin, Michigan y Nevada.

Pero otros defendieron el gasto temprano de Parscale (quien luego de haber sido despedido, como en las tragedias shakespearianas, se volvió loco y buscó suicidarse frente a la policía), cuya estrategia había sido enfocarse en aumentar la participación del presidente frente a los votantes latinos, y que al final fue una parte clave de su apoyo en Florida.

El miércoles, la familia del presidente no tenía más que hacer sino el de involucrarse, fallidamente, en cuestionar la validez de los recuentos de votos. Trump había bromeado en un mitin que si perdía, no volvería a hablar con ninguno de sus hijos adultos.

El Sr. Kushner, su yerno, estuvo haciendo llamadas y tratando de accionar su poder e influencia, haciendo llamadas, buscando a un abogado del calibre que él describió como del "tipo James Baker", alguien bien versado que podría liderar las disputas legales sobre las tabulaciones de los diferentes estados, según una persona informada de las discusiones. (El Sr. Baker dirigió el exitoso caso de recuento de George W. Bush en 2000.) El hijo mayor del presidente, Donald Trump Jr., se fue a trabajar a la sede de la campaña en Virginia. El otro hijo, Eric Trump, cuya esposa, Lara, ha estado muy involucrada en las actividades de la campaña, habló en una conferencia de prensa en Filadelfia, junto con Rudolph W. Giuliani, el ex alcalde de Nueva York, donde no cesaron de quejarse de la estricta austeridad de las autoridades.

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"No dejan que los observadores electorales vean las encuestas", dijo un Eric Trump visiblemente enfadado, en un intento infundado de poner en duda el recuento de votos que todavía se está llevando a cabo en Pensilvania. El Sr. Giuliani, el abogado personal del presidente, también afirmó, infundadamente, que las elecciones en Pensilvania era un robo. También planteó la idea de una "demanda nacional" sobre las alegaciones de fraude, pero no estaba claro lo que eso significaba o sí se sabía: hacer teatro en televisión nacional para consuelo del presidente Trump.

Trump supo que su viejo "secreto" y sus supersticiones ya no le funcionarían, a pesar de sus intentos de rodearse con el equipo que lo llevó a la victoria hace cuatro años. Se dio cuenta que se encontraba en una posición mucho más débil. En las últimas semanas antes del día de las elecciones, el Sr. Kushner volvió a reunir a un grupo de personas que habían participado en la primera campaña de Trump, incluida la ex jefa de personal de la Casa Blanca, Katie Walsh, para trabajar con el Sr. Miller y otros en las últimas semanas de su estancia en la televisión.

Pero todo fue inutil.

Como consuelo, este miércoles, varios funcionarios de la Casa Blanca y asesores externos dijeron que tenían la esperanza, aunque no eran particularmente optimistas, de que los desafíos legales presentados por el presidente Trump en varios estados pudieran cambiar la trayectoria de la carrera. El propio presidente tuiteó, conspiranoicamente, que "un gran número de boletas, secretamente tiradas" le había costado el estado de Michigan, un mensaje que Twitter rápidamente calificó de engañoso.

Así quedará en nuestras memorias: como un mentiroso patológico de principio a fin.

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